lunes, 2 de abril de 2012

Una triada de palabras entredichas...


Una historia siempre tiene un comienzo, un lugar inusitado en el que la espera ha dejado de ser y ha abierto paso al eventual lazo que une los destinos por azar. Pero no todo comienza aquí, en el soliloquio expectante que intenta aclarar las ideas, las cosas son remotamente más lejanas, pertenecen a un espacio en el que el olvido se vuelve intransigente y en el que la realidad coge cuerpo y forma. Quisiera contarles un relato en el que todo se ha vuelto improbable en el que ya no se sabe dónde acaba lo fantaseado y dónde comienza la realidad. Otra vez aquí, donde se levantan los suelos del interior resbaloso, donde el lodazal apeñusca los sueños y el temor se abalanza siendo insoportablemente ruidoso. Aquí todo se balancea, se hace añicos, nada se escapa del deseo incontenible que prefiriese tener más horas, menos minutos y un poco más de atención. Y aun cuando todo parece incontenible el temor se abalanza creando una barrera poco segura pero auto-convencida de su posibilidad. Hemos inaugurado una actitud que se aborrece a sí misma, cada momento, incluso cuando se siente complacida y verdadera. No hay peor verdad que aquella que se contiene, rebosa y emancipa, que se disuade en el exterior en busca de una legitimidad resplandeciente. Aquí todo se despedaza, las verdades se desboronan convirtiéndose en escenarios visuales, las letras y los puntos atentan contra la vida del autor y todo aquello que había sido cierto en algún momento debe ser rescrito para encontrar-se. Ya no sé, no quisiera seguir abaratando el peldaño al que me he subido, el pedazo de lugar que me he impuesto, no, probablemente todo haya perdido realidad, así es, aquí estamos entre el sello incontenible de las palabras no dichas y ante el bebedero de verdades dichas muchas veces. Aun no se sabe con quién se topa, todo lo dicho es fantasía, una re-vuelta vital, donde no quedan sino metáforas para traslucir las verdades de una búsqueda, en la que finalmente sólo quedan los viejos edificios vacíos y el espacio común que no debe cerrarse.

Cuando buscamos el comienzo perdemos el valor intrínseco de su búsqueda, rellenamos la visión con una plétora de metáforas convenientes, venimos al mundo bajo la estructura parlanchina que repite los taciturnos discursos de ojerosos sujetos trasnochados, aun no comprendemos que la gloria no existe y que el abaratamiento del discurso depende del rápido y sagaz compás de una marcha uniforme, en la que la vida ha enrolado su destino hacia la trivialidad. Todo parece fantásticamente conocido, nadie se atreve a crear una verdad imposible. Mientras todo siga pasando de lejos por los caudales del suelo existencial, todo parecerá probable, posible y seguro. No hay aquí mientras exista un allá que contiene. Todo queda extrañamente resarcido en un lugar en el que la certeza es el principio de realidad, las migajas que han quedado se desvelan entre los espacios no contados, y aun cuando salvaguardemos el destino improbable, una pisca de sensación segura seguirá trasluciendo el espacio en el que la duda ha desaparecido. Ya no hay relato, sólo afirmación.